Patrici Calvo, 03/01/16
Discernir el futuro de la
responsabilidad social no resulta fácil en los tiempos actuales. Hace 15 años,
el Libro verde (COM 2001) de la
Comisión Europea proponía la responsabilidad social como vía posible para convertir
el espacio europeo en «la economía basada en el conocimiento más competitiva y
dinámica del mundo, capaz de crecer económicamente de manera sostenible con más
y mejores empleos y con mayor cohesión social». Sin embargo, la magnitud de los
escándalos que han salpicado a un buen número de empresas y organizaciones
económicas desde el comienzo de la crisis, muchas de ellas con una marcada
trayectoria en la implantación de políticas y programas de responsabilidad
social, ha sembrado la duda sobre los verdaderos motivos que llevan a una
empresa a adoptar una actitud responsable ante las expectativas legítimas de
sus grupos de interés.
No es de extrañar, por
consiguiente, que vuelvan a salir a colación los argumentos esgrimidos por
Milton Friedman en 1970 en contra de la responsabilidad social. Especialmente
su afirmación de que se trata de un fraude. De un movimiento motivado por la
posibilidad de encubrir acciones que se realizan por objetivos que poco o nada
tienen que ver con la voluntad de estar a la altura de aquello que los nuevos
tiempos exigen. La crisis ha dejado evidentes muestras de ello en forma de
elusión fiscal, corrupción, extorsión, excesos injustificables, malversación de
caudales públicos, nepotismo y otras formas de mala praxis que han dañado tanto
al sector como a la sociedad. Por tanto, parece lógico dar la razón a Friedman
y pasar página; es decir, olvidarse de la responsabilidad social y centrarse en
lo que realmente importa: cómo maximizar el beneficio de los accionistas.
Sin embargo, no todo ha
sido negativo para el movimiento de la responsabilidad social durante estos
últimos años. Al mismo tiempo que la sociedad española se empezaba a dar cuenta
de que la crisis no iba a pasar de largo, se constituía en Castellón la Mesa de
RSC. Se trataba de una propuesta pionera en la Comunidad Valenciana al menos
que, surgida de la iniciativa de una empresa privada y una organización
pública, buscaba concretar en la práctica un espacio de diálogo para el
intercambio de información y experiencias de buenas prácticas en materia de
responsabilidad social. Su éxito, más allá del grado de satisfacción de los
objetivos establecidos, que también, radicó en su capacidad para atraer la
atención de un nutrido y heterogéneo grupo de participantes con un enorme
interés por aprender conjuntamente acerca de estos temas.
A lo largo de estos más de
siete años de vida, la Mesa de RSC de Castellón ha ido madurando y creciendo en
número de participantes y pluralidad de puntos de vista. Actualmente la
plataforma cuenta con más de 30 miembros. Diferentes instituciones,
asociaciones, fundaciones, ONGs, empresas y organizaciones provenientes de
sectores tan dispares como, por ejemplo, la sanidad, la comunicación, la
educación, la hostelería, la solidaridad y la industria química. Todas ellas,
además del intercambio de experiencias a través de reuniones mensuales,
promueven anualmente la realización de distintas actividades conjuntas de
buenas prácticas y de promoción y difusión de la responsabilidad social. Cabe
destacar al respecto los eventos programados para el próximo 2016. Por un lado,
el II Networking para la búsqueda de
empleo. Un taller que, coordinado por todas las ONGs de la Mesa, pretende
fomentar la empleabilidad de aquellas personas con difícil acceso al mercado
laboral. Por otro, la II Jornada de RSC.
Un espacio de debate donde expertos en la materia deliberan sobre la actualidad
y el futuro de la responsabilidad social.
La Mesa de RSC de Castellón
es un buen ejemplo del interés que sigue despertando la responsable social
entre los diferentes ámbitos de actividad humana. No obstante, es preciso no
caer en la complacencia y pensar en las posibilidades de futuro del movimiento.
Y eso pasa por seguir trabajando interdisciplinarmente en su desarrollo y
potenciación. Entre otras cosas importantes, en la construcción de un ethos responsable, en el discernimiento
de nuevos mecanismos de la participación de los stakeholders, y en la gestión de la dimensión emotiva y moral que
le subyace.
Por ésta y otras
iniciativas voluntarias y comprometidas, no cabe duda de que el fraude no está
en la responsabilidad social, sino en aquellas empresas y organizaciones que
hacen un mal uso de ella y utilizan a sus grupos de interés como simples medios
para satisfacer un determinado objetivo empresarial. La crisis ha
desenmascarado la irresponsabilidad de muchas de éstas. Pero también ha
mostrado que conviven con otras muchas empresas y organizaciones que están
dispuestas a participar proactivamente de aquello que consideran justo y deseable
tenga o no un valor de mercado. La realidad, por tanto, nos está mostrando dos
caras bien diferentes. Cuál de ellas formará parte de nuestro futuro como
sociedad depende sólo de nosotros. Es cuestión de nutrir una y desabastecer la
otra.
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