El hecho de que el conocimiento sea hoy el factor más determinante de la actividad profesional y que algunos escándalos institucionales alrededor del mundo por malas prácticas hayan abierto una brecha de suspicacia y desconfianza continuada en la empresa difícil de cerrar, son elemento que, sin duda, han favorecido la readmisión de la ética dentro de la empresa.
Tanto lo determinante que es una buena preparación y formación del trabajador y directivo en la creación y aumento del valor en la empresa, como los grandes escándalos económicos -Parmalat o Enron- medioambientales – Bolidendel o Prestige- y de salud pública –la farmacéutica Pfizer o la leche en polvo china enriquecida con melanina- que surgieron en el pasado y que se empeñan en seguir apareciendo en el presente, son elementos de peso que deben ser tenidos en cuenta pero que –como opina el catedrático de ética de la Universitat Jaume I
García Marzá- por sí solos no explican la magnitud del hecho.
El elemento más relevante y que ha posibilitado un cambio de actitud de la empresa respecto a la ética ha sido precisamente el nuevo contexto globalizador sobre el cual se asientan y se mueven las sociedades del siglo XXI. El fenómeno de la
globalización ha proporcionado la apertura de mayores espacios de libertar, ofreciendo un abanico de nuevas posibilidades para la empresa e incrementando inusitadamente su poder y su presencia en todas las esferas, tanto en la económica como en la social.
Sin embargo, este incremento del poder también ha repercutido proporcionalmente en el aumento de sus responsabilidades, pues ello le permite disponer de una mayor capacidad de respuesta ante las expectativas que la sociedad deposita en ella: creación de empleo, incremento del bienestar social y económico, cuidado del medioambiente, compromiso con el desarrollo de los pueblos, expansión de los derechos humanos a través del ejemplo de sus empresas, ampliación de los espacios de libertad, entre otros supuestos.
Es precisamente aquí donde encontramos el punto culminante que da sentido y legitimación a la empresa. Conocer con el mayor grado de precisión qué se espera de ella desde este nuevo escenario global significa disponer en cada momento de las herramientas precisas que puedan dar respuesta a todas y cada una de las expectativas creadas por la sociedad. Una acción que otorga sentido, un sentido que concede legitimidad, y una legitimidad que ofrece a la empresa -utilizando palabras de
Ortega y Gasset- la posibilidad de «vivir a la altura de los tiempos» y generar relaciones con los grupos de interés forjadas en la confianza mutua.
La globalización es un fenómeno que ha interrelacionado todos los ámbitos del quehacer humano y que ha hecho de las instituciones empresariales un referente, un modelo, una posibilidad fáctica de mejora continuada de la sociedad gracias al incremento de su poder e importancia tanto en lo político como en todo lo relacionado con el mundo de la vida.
Por ello, en opinión de García Marzá, ante este debilitamiento de los Estados y este crecimiento de la importancia y poder de las empresas sobre las diferentes esferas, se hace necesario apelar a la defensa de «una posición ético crítica y universalista como única forma de dar razón de la dimensión moral de la confianza en la empresa en contextos globales». Y todavía más si atendemos a la preocupante situación que se está viviendo en todo el mundo con la crisis económica que nos envuelve y que está aumentando la pobreza del planeta de manera dramática.
En este sentido, las reflexiones de García Marzá recogidas en su libro "
Ética Empresarial: Del diálogo a la confianza" (Trotta, 2004) son hoy más que nunca un claro referente de la actualidad económica y empresarial de nuestro tiempo cuya lectura activa puede ayudar a crear nuevas estructuras empresariales coherentes con los tiempos que corren y que minimicen el riesgo de volver a vivir crisis como la actual; una crisis que, más allá de lo económico, se aferra a la desconfianza de las relaciones.
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