03/04/09 Patrici Calvo
Entre otras, la crisis actual ha evidenciado dos cuestiones importantes. Por una parte que la mayoría de empresas que decía desarrollar políticas de Responsabilidad Social lo hacía sin convicción ni voluntad, atraídas más bien por una cuestión de marketing, por un «estar a la moda» o por la necesidad de enmascarar acciones o decisiones poco deseables, que por lo que realmente es y significa: una nueva forma de hacer las cosas y estar, de esta manera, a la altura de las expectativas de una sociedad de la cual obtiene su sentido y legitimación y todos aquellos recursos necesario para su supervivencia. Y, por otra parte, que la ética sigue percibiéndose como un pasivo para la empresa, como algo que puede abordarse siempre y cuando se genere el suficiente beneficio económico.
Ello es apreciable por la cantidad de empresas que están dejando aparcada la Responsabilidad Social esperando tiempos mejores. Un hecho relevante no sólo porque demuestra tácitamente lo anterior, sino porque impedirá a estas organizaciones profesionales beneficiarse de las diferentes alternativas que la Responsabilidad Social ofrece para minimizar los efectos de la crisis y encontrar posibles vías de salida eficaces y con un menor grado de incertidumbre.
Una Responsabilidad Social anclada en sólidas bases éticas -ethos, razón prudencial y justicia- y abordada desde la participación del los Stakeholders en la gestión de la organización empresarial puede ser sin duda una de las claves para minimizar al máximo los efectos perniciosos de la crisis y fomentar la prevención ante futuros casos. En primer lugar, porque proporciona a la empresa un mayor conocimiento de sí misma, tanto interna como externamente, sobre el cual cimentar sus decisiones y actuaciones y corregir errores de diferente carácter –funcional, estratégico o normativo- que limitan la creación de valor tangible e intangible.
En segundo lugar, porque facilita el continúo aprovechamiento del factor creativo de todos sus Stakeholders para encontrar soluciones plausibles que permitan abordar la difícil situación de mercado.
En tercer lugar porque da respuesta a una cuestión de justicia, a un derecho cuyo desarrollo necesario no sólo contribuye el incremento del «engagement» interno y externo de sus grupos de interés sino que se convierte en el mecanismo que posibilita el conjunto de acuerdos que justifican sus acciones y decisiones a través de un continúo flujo de razones.
En cuarto lugar porque permite a la organización, mediante el acuerdo, mantener vigente y válido el contrato moral que legitima socialmente su existencia y actividad.
Finalmente, en quinto y último lugar porque ayuda a conocer con mayor precisión qué valores y principios regulan su praxis profesional concreta y los posibles cambios que en ellos se dan, permitiendo a la empresa de esta manera adaptarse más rápidamente y posibilitando el establecimiento de una cultura empresarial sólida y coherente con la altura moral de las sociedades plurales actuales.
Dejar de lado la Responsabilidad Social en estos momentos es un error que las empresas no pueden permitirse. La crisis actual, más allá de lo económico, es una crisis de confianza. Una crisis que requiere de un esfuerzo considerable para gestionar lo intangible, aquellos recursos al alcance de la organización que permiten el establecimiento de relaciones basadas en la confianza.
Precisamente, una Responsabilidad Social que esté cimentada desde la ética -como herramienta de gestión, como medida de prudencia y como garante de justicia- puede gestionar la confianza de la empresa con sus diferentes Stakeholders. Por ello, si ya se estaban implementando políticas de Responsabilidad, hay que continuar trabajándolas y no apartarlas, pues es un factor determinante y diferenciador en estos momentos tan críticos, y si no se estaba realizando nada, es momento de pensar en el largo plazo y mirar al futuro de manera responsable.
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